Todo arrancó con el viejo taller de Eduardo Piccini (padre de Mauro), un emprendimiento que hacía de todo un poco con fibra de vidrio. Pero entre 2002 y 2003, las piscinas empezaron a asomar la cabeza entre los pedidos, comenzaron a ser demandadas en muchas familias argentinas. “Era una más de las cosas que hacíamos, hasta que en 2008 dijimos ‘basta, vamos con esto a fondo’ y cerramos el resto”, cuenta Mauro Piccini, quien hoy lleva las riendas de la empresa. Ese año, con la crisis todavía resonando, la empresa dio un volantazo y se jugó todo a un solo número: las piletas.
Ahí entró en escena Pablo Pascolo, un aliado clave para armar algo que en Argentina sonaba a locura: un sistema de franquicias para vender piscinas. “Nos llevó nueve meses y medio, fue como parir un hijo”, recuerda con una sonrisa Mauro. En 2009, mientras el mundo de las franquicias giraba alrededor de hamburguesas e indumentaria, Indusplast se plantó como la primera en su rubro. “Éramos bichos raros, un híbrido entre construcción y negocio moderno. Pero funcionó”, agrega Piccini.
Mauro Piccini, CEO de Indusplast.
El arte de franquiciar una pileta
Abrir una franquicia de Indusplast no es como montar un local de ropa, sin desprestigiar este rubro. Acá no hay vidriera con maniquíes, pero sí un modelo aceitado que te da todo lo que necesitás para meterte en el juego. Por unos US$ 40.000 (sin canon de entrada ni regalías) se puede armar un local modesto de 60 o 70 m2, más un stock básico. “No pedimos que tengas de todo. Armamos un sistema para que el reabastecimiento fluya y el negocio no se trabe”, explican desde la empresa.
El soporte es el corazón de la propuesta. Desde Indusplast dan capacitaciones (una convención al año para franquiciados, otra para instaladores), asesoramiento permanente para el manejo de las redes sociales propias, la integración al CRM y una logística que no falla. “Tenemos camiones propios, 16 entre semis y acoplados, y un stock que nos salvó en la pandemia cuando la demanda explotó”, dicen con orgullo desde la compañía.
Indusplast produce el 95% de lo que vende: piletas, bombas, filtros, losetas, hasta el sacahojas/sacabichos. El resto (materias primas de China, Egipto, Brasil, Francia) lo traen directo, sin intermediarios, para mantener los costos controlados, en un país donde los impuestos aprietan.
Cada franquicia vende entre 40 y 80 piletas al año, según la zona. Noviembre es el mes de oro, cuando el calor apura a los clientes, aunque octubre puede robarle el podio si el termómetro se dispara. En los valles de febrero y marzo, el servicio y algunas movidas comerciales mantienen el barco a flote. “Es un negocio de flujo. Si tenés los costos ordenados, con una venta comés dos meses”, asegura Piccini
Una red que no se rompe
En Indusplast no se jactan de abrir franquicias. En 2024 sumaron cinco, pero para 2025 no hay apuro, según afirman desde la compañía. “Aprendimos que el secreto está en elegir bien a quién le das la llave. Un mal franquiciado te quema una plaza y es difícil volver”, admiten desde Indusplast. La prueba está en los números: casi no hay bajas. Algunos llevan 20 años y, lejos de irse, abren otro local.
La relación con los franquiciados es casi familiar. En la convención número 16 de este año, con 82 personas de 43 franquicias (incluidas las de Uruguay), presentaron dos productos nuevos y trazaron el mapa del año. “Es un momento para alinear la tropa, mostrar lo que viene y escucharlos”, cuenta Piccini. Y funciona: el NPS, esa métrica que mide cuánto te quieren los clientes, les dio 72, bien por encima del promedio mundial de la construcción (60).
Mauro Piccini en la convención Nº 16 de franquiciados de Indusplast.
Más allá de las sierras cordobesas
Con 15.000 piletas saliendo por año de la planta en Malagueño, Indusplast no se queda quieta. Exportan a Estados Unidos e Inglaterra, tienen franquicias en Montevideo, Santiago de Chile y Asunción, y ahora miran a Brasil con ganas. “Tenemos un modelo logístico que nos hace fuertes. La pileta pesa en el transporte, y nosotros lo resolvimos”, dicen.
El mercado cambió desde aquellos días en que las piletas de plástico eran la última opción. “Antes te traían dos presupuestos de hormigón y preguntaban por fibra ‘por las dudas’. Hoy llegan con tres de plástico en la mano”, cuenta Piccini.
Detrás de los números hay una filosofía
“Si al franquiciado le va mal, a nosotros nos va mal. Somos socios, no proveedores”, afirman. Por eso capacitan a los instaladores (140 asistieron a la última jornada), escuchan a la red y ajustan el rumbo. Y aunque la tecnología avanza (pronto lanzarán un spin-off para gestionar obras), el foco sigue siendo la confianza. “La gente ahorra dos años para una pileta. Si fallás, no es solo plata: es un sueño que se rompe”, finalizan desde Indusplast.